06 marzo 2007

Tu cara me dice algo

El representante de la universidad de Lyon habla con su homólogo de la de Berlín. En un perfecto inglés, discuten sobre las últimas innovaciones tecnológicas. Si no fuera porque me los han presentado antes, mis ojos acostumbrados a parecidos prejuicios inocentes me habrían traicionado. El francés tiene el pelo lacio y negro, la tez morena y unos ojos levemente rasgados con grandes bolsas que sitúan su apariencia en el Sudeste asiático; al ver su apellido Nguyễn mi mente vuela inexorablemente a Vietnam. Al alemán, bajito, de piel más clara y con apenas dos rayas horizontales por ojos, yo lo situaba en China. Pero no...

Esos dos hombres son un francés y un alemán. Defienden los intereses de sus respectivas instituciones y países como nadie - por ello están en el cargo. El francés admira el carácter puntero de la investigación en la universidad de Lyon, el alemán la calidad del profesorado en la de Berlín. El francés disfruta sinceramente de la vista de los Alpes franceses, el alemán se emociona al recordar imágenes pasadas de la Puerta de Brandemburgo.

Y sin embargo, su cara no es una mera fachada totalmente desacoplada de su persona. Apuesto - y no me podéis acusar de prejuicios, porque los personajes son ficticios - que el alemán celebra el año nuevo chino, compra siempre en el supermercado chino y sigue las interminables telenovelas que se hacen allí. Seguro que el francés apenas ha probado la nouvelle cuisine y habla vietnamita con su familia al llegar a casa.

Juzgar sólo por las apariencias es racista; hacerlo sólo por el pasaporte es irreal. Caer en cualquiera de los dos errores es, al margen de consideraciones éticas, una desventaja competitiva en un mundo en el que cada vez hay más personas que me dicen algo con caras que me dicen otras cosas.

No hay comentarios: