Gestión de las expectativas
Buenos días. Como vamos con un poco de retraso, no me voy a extender y seré muy breve. Qué mal me sienta cuando acto seguido el ponente comienza una disertación infinita que se alarga no ya tanto como las anteriores, sino incluso más allá. Está feo no respetar el horario, pero ¿no podría al menos ahorrarse la frasecita?
Cada vez estoy más convencido de que los humanos somos incapaces de juzgar un hecho en absoluto, y tan solo podemos hacerlo con relación a las expectativas que teníamos de él. Imagina un hotel con habitaciones amplias, limpias y razonablemente céntrico: ¿qué te parece? Probablemente, si sólo leíste comentarios negativos sobre él en internet, estés encantado. Una estancia de diez, o por lo menos de nueve. Pero si un amigo tuyo lo describió como uno de los mejores hoteles que ha conocido, seguramente acabes mosqueado y, si alguien te pregunta, no se lo recomiendes a nadie. Muy regular, como mucho un cinco. Es humano...
Pero por muy inherentemente humano que este comportamiento sea, parece que aún hay gente que no es consciente de ello. El conferenciante del primer párrafo no es el único. Ese aumento de sueldo que un día tu jefe, sin venir mucho a cuento, te prometió, y nunca llega; el pinchacito que el médico te aseguró que no ibas ni a notar; tu amigo que te llama para decirte que se retrasa, pero no te preocupes, sólo cinco minutos; la Selección, que con total seguridad va a ganar el próximo Mundial. ¿Os suenan?
No es cuestión de ser cenizos y ponerse siempre en lo peor para que las sorpresas siempre sean agradables. Pero sí, creo yo, señores, de ahorrarse promesas innecesarias, y de no dibujar atardeceres de película cuando no podemos controlar los nubarrones que se ciernen. ¡Ténganlo claro!: al final, no se trata de hacerlo bien o mal, sino tan solo mejor de lo esperado. ¿Tanto cuesta?