22 abril 2008

De dones y látigos (y III)

(Parte I) (Parte II)

¿Quién creerá que exista la misteriosa moira que, moviendo sus hilos, se encargue de convertir en hechos los fugaces pensamientos negativos que, por debilidad, nuestros felices prójimos nos inspiran? Qué absurda superstición pensar en una mano mágica que agite el supuesto látigo que lleva aparejada la felicidad...

La proposición, así expresada, me parece también a mí un sinsentido. Y sin embargo, en mi fuero interno, no sé por qué, parecen encajar las mismas piezas si vistas desde otro ángulo. Me parece casi hasta lógico que el simple hecho de que exista un deseo de que algo no se produzca, de que vaya mal, de que se tuerza, lo hace más probable. Al fin y al cabo, cambiando el objeto de deseo, ¿no parece sensato afirmar que la fuerza de los deseos de la gente hace también que ocurran los grandes bienes, y que cuanto más se desean y por más gente más probable es que, por unas cosas o por otras, se hagan realidad? Concededme al menos mi tesis en su mínima expresión: no hace ningún bien (sino, añadiría, más bien algún mal) a uno que le deseen mal, sea cual sea el grado de intensidad y realización de ese deseo avieso.

¿Será pues ése el látigo de la persona feliz? ¿Lo es sólo si se asume la inocencia del que mal desea, disculpándole su envidia o, si ni siquiera es el caso, su desliz? ¿Lo es sólo si, además, se asume una cierta culpabilidad del feliz en el desliz dicho? No lo creo. Haría falta enfangarse en discusiones éticas que se me escapan para repartir con el mejor criterio la culpa entre el feliz y el del deseo, pero creo que esa cuestión no importa; al fin y al cabo, si es cierto que el mal deseo al mal llama, no es justicia sino propio interés lo que moverá al feliz a hacer lo que en su mano esté para, de la manera que sea, evitar las ocasiones en que sus prójimos puedan caer en un semejante desliz.

Cada minuto porfiando por agrandar mi felicidad, cada segundo trabajando por su social aceptación. He ahí el supremo látigo, aquél al que todos aspiramos...

5 comentarios:

Gonzalo dijo...

Estoy de acuerdo contigo en la parte que circunscribe la influencia del deseo sobre lo acontecido al resultado... en acciones o manejos (constatables aunque ocultos) que de tales deseos se deriven.

O, dicho de otro modo, yo asigno una importancia nula y un grado de absurdidad y de futilidad pleno a la superstición en sentido lato (cuya definición no incluye a la religión).

Comprendo menos, quizá sea la hora, quizá mi cortedad, el asunto del látigo y la naturaleza o la relación de éste con la felicidad y con los malos pensamientos. Releeré las entradas para ver si me aclaro un poco. Pero es claro que la cosa tiene su interés.

Diego dijo...

El látigo asociado con la felicidad lo resumo en el último párrafo: cada segundo trabajando por su social aceptación.

Del resto: la justificación probabilística (cuanta más gente desea algo, más probable es que se cumpla) creo que es más fácil de aceptar. Yo creería incluso en un cierto grado de causalidad entre el deseo y su realización. Pero aunque se acepte sólo lo primero, no varía en nada mi argumento.

No sé si queda más claro; gracias por opinar...

cesar dijo...

Yo creo que ese es el látigo del éxito, no de la felicidad.

Pero no me explayo porque no sé si he captado todas las implicaciones de estas tres interesantes entradas. Un abrazo!

Diego dijo...

@cesar Es posible que como dices el látigo vaya aparejado al éxito en lugar de a la felicidad. En cualquier caso, ¿ves grandes diferencias entre una cosa y otra?

Cuando quieras hablamos de todos esas "implicaciones", que seguro que no son tantas como piensas. Y de lo que quieras, claro... :-)

cesar dijo...

Pues claro Diego. Lo que da más envidia es el éxito. El que cobra más, el que folla más, el que sale en la tele, tu jefe...

La felicidad aparejada es, en el mejor de los casos, breve. Pero a veces ni eso. A veces conlleva una profunda decepción porque el llegar donde tú querías no te proporciona la felicidad que esperabas.

Por otra parte la felicidad "discreta". La de aprender a ver la belleza que nos rodea en el metro, disfrutar de la ducha por las mañanas, de los ojos de la gente al calor de una conversación agradable. La que nos sale por los bolsillos al saber que hemos ayudado a alguien. Esa pasa la mayor parte de las veces desapercibida y/o es expansiva y por tanto provoca no envidia sino más felicidad.

La única excepción del segundo grupo (casi dentro del primero) es quizá el Amor verdadero, imposible de ocultar. Difícil de obtener. Difícil de mantener. Eso sí que me da una envidia...