08 abril 2008

De dones y látigos (II)

(Parte I)

Tu amiga María es más guapa que tú. Esa sonrisa, esos ojos, y claro, también tiene mejor tipo.

Por ahí viene María.

Es tu amiga desde siempre, desde antes que saber qué es ser amigas. Ni siquiera lo piensas, si algo interesante te ocurre durante el día, si algo te aflige o simplemente te apetece criticar a alguien que te caiga mal, vas primero a María. Y casi siempre acabáis riéndoos...

- ¡Hola María!

A María le va bien con su novio. Es un chaval supermajo, que se ha convertido ya en otro amigo tuyo más, y la trata muy bien. En el trabajo tampoco se puede quejar: siempre soñó ser pediatra, y además ejerce a cinco minutos andando de su casa.

María te cuenta ilusionada que su novio y ella se han pedido unos días en el puente para irse de vacaciones ¡a la Costa Azul! A ver si hay suerte y les conceden los días. Sonríes. Sientes alegría por ella, pero también amargor. Por un fugaz momento sientes que no quieres que les den el permiso. Pero es sólo un instante.

Al día siguiente, viene otra vez María. Sigue con sus ojos y su sonrisa; te cuenta que al final, qué mala pata, su novio no ha conseguido las vacaciones y no se pueden ir. Y te sientes mal porque - es inevitable - piensas que tu pensamiento fugaz, por un mecanismo tan arcano como infalible, ha tenido algo que ver.

Pero también es un instante, porque la vida pasa y no hay tiempo de mirar atrás. Y, como casi siempre, acabáis riéndoos María y tú.

(Parte III)

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