25 junio 2007

Se necesitan buenos escritores

Como ya me había anticipado el sorprendido en persona, la lectura de este libro está calando en mí y aumentando imparablemente mis tendencias al purismo lingüístico. No soy yo precisamente un poeta, y en más de una ocasión caeré no sólo en el error de emplear otras palabras en vez de la idónea, sino en multitud de incorrecciones semánticas, léxicas, sintácticas y aun ortográficas (no sería la primera vez, y aprovecho para agradecer a quien se da cuenta y me lo dice para que rápidamente efectúe, con nocturnidad y por detrás, las correcciones necesarias). Y sin embargo este librito me está haciendo reflexionar sobre la importancia del buen hablar y escribir.

Yo siempre he pensado, sin darle muchas vueltas, que al idioma había que dejarlo estar, y actuar con él como usuarios y no como administradores. Siempre había cuestionado la necesidad de normativas como las impuestas por las Academias, que no deberían hacer sino poner por escrito en la Gramática lo que se constata que existe en la calle, en vez de intentar forzar a que exista lo que primero se ha normado. En definitiva, que por encima de todo el idioma es un sistema autorregulado, que admite o desestima los cambios que en él se producen de manera natural, aplicando implacablemente su regla básica: asegurar el entendimiento de las personas que lo hablan. Y sin embargo, aun antes de terminar el dichoso libro, y no sé muy bien por qué, ya no estoy tan seguro...

La clave de este cambio de opinión, sin darle muchas más vueltas, está en darme cuenta de que cambios son evoluciones o involuciones, de que si la riqueza del idioma se pierde ya no se puede recuperar y, finalmente, de que un idioma suficientemente flexible y expresivo es necesario para permitir el desarrollo de las gentes que lo hablan, o puesto al revés, un idioma demasiado pobre encorseta a sus hablantes (evito por miedo aunque quisiera incluirla la palabra sociedad, en vez de hablantes, y antes gentes), no permitiéndoles excogitar todas sus ideas por falta de palabras con que expresarlas.

Total: que se necesitan buenos escritores (según la primera acepción, la más elemental), y más que en ningún sitio allá donde la gente más lee: periódicos y revistas, rótulos televisivos (sí, en los programas del corazón también, por favor)... y, por supuesto, blogs. Haré cuanto pueda...

2 comentarios:

Gonzalo dijo...

No puedo estar más de acuerdo contigo, como era de esperar. Hacer un buen uso de la lengua es una obligación de todos, un objetivo tendencial, podríamos decir, de todos los hispanohablantes.

Ni que decir tiene que un servidor no se salva, ni de lejos, de cometer las más insospechadas tropelías a este respecto de tanto en tanto. En cualquier caso, no conviene obsesionarse. Lo dice Umbral y lo suscribo yo, "incluso con violencia": quien no sea capaz de forzar el lenguaje no puede ser buen escritor.

Pero ésa es otra --y muy enjundiosa-- cuestión.

cesar dijo...

Yo creo que el problema, más que las nuevas modas idiomáticas aceptadas sin pensar, es el hecho general de no pensar. Hablamos sin pensar, consumimos sin pensar, amamos sin pensar...

Por otra parte a veces pensamos demasiado, tanto que a veces nos quedamos sin hablar, sin actuar, sin amar...